No hacía más que desgajar una naranja mientras observaba el tetero rosa acostado sobre la mesa. La olla estaría sobre el fuego unos minutos más antes de comenzar a colar el café aunque no era hora de gallos. La leche se conservaba tibia dentro del tetero y él desgajaba esa naranja y mordía.
No había un solo reloj en el cuarto y ello ayudaba a dormir a Emil, su hija. Él debería salir más temprano hacia el mercado llevando el último sencillo que tenía. En esta época es más importante salir temprano que tener un bolívar en el bolsillo, más importante aun llevar dos termos de café con papelón cuando sabes que las colas estarán repletas de gente con aspiraciones de conseguir víveres subsidiados para sostener a sus familias.
Apagó la llama y agregó el café a la olla contando quince cucharadas. Lo dejó reposar y comenzó a colarlo. Emil dormía mientras el café goteaba bajo un gran colador de lona cruda, teñido por los años en ocre intenso.
A esa hora el olor a café se mezclaba con el alma cítrica de las naranjas dispersas por el cuarto. Un olor que hablaba del amor colándose lentamente antes del cantar de los gallos.